Natalis Urbs: de cantares de gesta
Natalia Cardoso no está versada en el Arte de la Guerra. Los abrojos de cerámica (cualquiera de tallo heriría más) y las trampas de látex (por favor, no tocar) no serán capaces de sobrevivir a la contienda que promete tomar el territorio. Como buena guerrillera, éste es su campo de acción. Tiene ventaja del terreno, son suyas las líneas defensivas y sabe actuar desde la clandestinidad. Como mala belicista, la armadura ya se despidió del cuerpo. No queda más que la fuerza mesiánica que hizo su aparición entre grietas y excavadoras, especies introducidas.
Es un pacto intrahistórico que le lleva hacer de la práctica artística su aliada en la investigación Metal y metáfora / Cómo abrazar a un cardo que forma parte de la exposición Contigencias de lo tangible, en la sala del CAC Málaga La Coracha.
Primer Cantar. Cantar de la gramática.
No nos es posible describir nuestro propio archivo, ya que es en el interior de sus reglas donde hablamos, ya que es él quien da a lo que podemos decir —y a sí mismo, objeto de nuestro discurso— sus modos de aparición, sus formas de existencia y de coexistencia, su sistema de acumulación de historicidad y de desaparición.[1]
Pocas estrategias agresivas conforman los modos de hacer de la guerrillera pero, entre estos, destaca el uso políglota del lenguaje. Los modos de hacer se vuelven gestos que apuntan sin atreverse a disparar, hurgan heridas y se infiltran en campamentos enemigos. Cardoso es consciente de la gramática cultural – tanto la del enemigo, como la del río y la suya propia – y lo evidencia a través de la sedimentación de tres discursos superpuestos a partir de la materia y su enunciación.
El análisis de sujetos y predicados es indistinguible del valor poético: sería un asalto por parte del historiador-arquitecto-espectador querer desvelarlos del modo en que la excavadora destruye tapias y hace suyos los terrenos especulados. En su contraposición sugerimos el acercamiento al territorio de la cámara acuática desechable que, aunque se introduzca en el río para hacer capturas, es consciente de su fragilidad y su subjetividad.
Si nos comprometemos a introducirnos en la natalis urbs con este sigilo, acabaremos manchándonos las manos de tierra, esmalte y raíces; nos engancharemos los pantalones, nos entrará agua en los zapatos y quizás nos expondremos a que nos dé un susto una culebra. Solo así el desplazamiento nos recompensará permitiéndonos el encuentro directo con la garza que se resiste a ser desahuciada. Sabe que su batalla está perdida, sus días al frente están contados, pero no duda en seguir haciendo de la ruina su ecosistema.
Segundo Cantar. Cantar del icono.
Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea también de barbarie. Y como él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión por el que ha pasado de unas manos a otras.[2]
Dentro de estos lenguajes se encuentran algunos especialmente peligrosos. Entre ellos, los innombrables (no referiremos a ellos torpemente como iconos) que naturalizan la institución construyendo relatos de familia, nobleza y poder. Nunca han dudado en arrimarse al que mira pero, precisamente por ello, son capaces de actuar desde su condición de ocupantes.
En ellos se produce un doble juego. Como documento histórico, ahora el icono tiene la oportunidad de trazar una autobiografía etnográfica propia del territorio-cuerpo. Si bien la armadura es frágil, en algunos casos deja ver el lienzo y en otros está a medio cocer; el poder simbólico y metafórico toma la primera y única línea de defensa.
Como documentos de cultura, aprovechan su condición noble para insertarse en el museo. Sería una ingenuidad asumir que esta emboscada es suficiente para oficializar ese relato autobiográfico; son conscientes de su posición como trofeos de guerra. Su táctica consiste en darle la vuelta al lienzo en un momento de despiste, exponiendo el entramado sociopolítico que construye narrativas de progreso y cultura sobre barrios arrasados.
Así funcionan los procesos de asimilación de los vencidos. Saben que no tienen oportunidad alguna, por lo que actúan con arrojo antes de ceder y ser integrados en otro cantar (o proyecto urbanístico) como bienes despolitizados e inocentes de gran valor estético. A sabiendas de este destino, quizás, el gesto más honesto de los iconos ha sido hacer del error su heráldica.
Tercer cantar. Cantar de la coraza.
La “coraza” es una piel de refuerzo. El cuerpo en sí es un dispositivo de poder, y la coraza lo sublima. Sola, no tiene alguna razón de existir.[3]
La estrategia de guerrilla opera a través de la experiencia y del riesgo. Siempre cambiante, se adapta al terreno y toma ventaja de los imprevistos. El error no solo forma parte de su arsenal, sino que es toda una declaración de principios políticos y poéticos.
El error, más allá de ser el nexo formal por excelencia que une los diferentes lenguajes vigentes en el proyecto, evidencia una no maestría de las tácticas defensivas. No necesita demostrar nada, al fin y al cabo luchar en combate no es honorable pero, si hay algo de lo que sí que nos habla el esmalte irregular, es de la impotencia y de los límites a los que ha llegado su intento.
Cardoso no va a ser condecorada cuando acabe el combate. Probablemente aquellos que tomen el terreno no la encuentren entre las trincheras. Sin embargo, sí que sabrán que estuvo allí, y que fue una sola. El cuerpo etnográfico – tanto del río, tanto de ella – ha ido dejando huellas. Ya lo dijimos, hizo de la ruina su ecosistema. Las marcas del agua, de los tallos, del lienzo y de las manos son sedimentos que hablan de experiencias habitadas durante generaciones, y éstas tienen dimensión humana. Hay un cuerpo que ha desaparecido y del que nos habla el glosario de artefactos bélicos presentes en sala.
Entre los fragmentos expuestos, vestigios de fragilidad y actitud temeraria, destaca la coraza. Si bien estas connotaciones son inalterables, la propia técnica que llevó a su ejecución fue un vaciado. La carencia se articuló desde sus principios, no tuvo alternativa, fue la única condición de su pacto. Parece arriesgado, un destino cruel y en vano, pero de ello saben los cantares: las únicas historias de derrotas que perduran son aquellas conjuradas en los huecos entre los versos.
[1] Michel Foucault, La arqueología del saber (México: Siglo XXI, 1991), p.221.
[2] Walter Benjamin, “Tesis sobre el concepto de la historia”, en Iluminaciones (Barcelona: Taurus, 2018),p.311.
[3] Victor I. Stoichita, En torno al cuerpo. Anatomías, defensas, fantasmas. (Madrid: Ediciones Cátedra, 2022), p.280.