Un trozo de horizonte

5 de diciembre de 2024

(Texto para el catálogo de la exposición «Un huir sin término«)

Construir es habitar: así lo asevera Heidegger. Habitar, o construir, consiste en proteger, liberar, sanar. A medida que construye, Cardoso habita un espacio polivalente: lugar de trabajo y sala de exposiciones, institución consagrada a la enseñanza y espacio colectivo en el que se generan vínculos emocionales. Las raíces de la artista crecen en un lugar que habita de forma transitoria. Su acción espigadora se expande por la facultad de Bellas Artes de Málaga, interfiriendo sutilmente en la rutina universitaria, para entrelazarse con el pasado alfarero y trashumante del barrio de El Ejido. Su obra es la creación de un refugio, un lugar donde sentirse guarecida y a salvo, pero también donde padecer y recuperarse. Bajo una atmósfera íntima y etérea despliega cuidadosamente una serie de objetos de origen impreciso, dotados de una cualidad lúdica y háptica, que invitan al espectador a deambular entre ellos, a interrogarse sobre su naturaleza. Esta vaporosidad se ve sin embargo sacudida por la abrupta irrupción de una cuerda enroscada o de un eslabón, que desencadenan una súbita inquietud.   

Un huir sin término está construido a partir de materiales de desecho cosechados por la artista en su errancia por las aulas y los estudios de la facultad. Cardoso se identifica con el trapero, figura sublimada por Baudelaire como metáfora del poeta moderno. Ambos, trapero y poeta, deambulan por la ciudad en busca de algo en apariencia mísero, que resignifican a través de su acción recolectora. Los descartes que emplea la artista son recogidos de las clases al final de la jornada, cedidos por vecinos de estudio o regalados por amigos con los que trabaja estrechamente. La fragilidad de los materiales refleja la precariedad de quienes los producen. Walter Benjamin escribía, a propósito del trapero y del poeta, que todos estaban, en una protesta más o menos sorda contra la sociedad, ante un mañana más o menos precario. Lo sobrante es político y los que sobran se ayudan entre ellos, porque no se habita en solitario. El refugio que construye Cardoso está recorrido por tránsitos entrecruzados, retazos de conversaciones y pequeños obsequios entre amigos: es un proceso de recolección de gestos, de entretejimiento de comunidad, donde la autoría, en última instancia, queda diluida.

La errancia se sitúa, por tanto, en la génesis del proceso creativo de Cardoso. Nicolas Bourriaud sugiere el desplazamiento como la forma propia de vivir en un mundo que nos aboca al desarraigo y reivindica un arte que, en lugar de acomodarse al flujo de mercancías del capitalismo globalizado, priorice el intercambio y la hibridación que brinda un tránsito imaginado como sondeo de formas alternativas de habitar. La exploración de la autora desvela modos simultáneos de ocupar un mismo espacio: como alumna en una facultad, como artista en su lugar de trabajo, como vecina en un barrio cuya historia, como la suya propia, está marcada por la trashumancia y la cosecha. Su actividad revela concomitancias entre la facultad de Bellas Artes y el pasado de El Ejido; entre la existencia nómada de quienes lo habitaron hace un siglo y su ejercicio de flânerieUn huir sin término impone su propio ritmo. Se asienta en el hallazgo inesperado, el intervalo, la casualidad reveladora. Para el público puede resultar indescifrable, si no le concede tiempo suficiente. Una obra fraguada desde la espera, que requiere ante todo de paciencia por parte del espectador, supone un cortocircuito dentro de la temporalidad frenética y fragmentaria del orden actual.

Cardoso se siente cómoda habitando y cuestionando las fronteras. Su instalación es un refugio íntimo expuesto en un espacio público. En ese ambiente cálido y liviano encontramos sin embargo piezas que desprenden angustia, desasosiego, ansiedad: sentimientos que asaltan a la artista durante la creación de la obra, que sólo nos atrevemos a explorar en la intimidad de nuestros refugios. De nuevo, la fragilidad de los materiales remite a la vulnerabilidad del sujeto contemporáneo, al reverso de un mundo vertiginoso en el que el lustre de las mercancías apenas alcanza a opacar la fulgurante obsolescencia de productos y cuerpos. La exposición pública del sufrimiento señala sus causas estructurales y permite denunciar la privatización de un malestar que tiene su origen en una precariedad endémica. El refugio público de Cardoso instituye una espacialidad y una temporalidad alternativas a nuestra concepción convencional de las mismas. Esta reconfiguración conforma un espacio político en el que artista, colaboradores y espectadores trascienden la posición marginal impuesta a quienes se resisten a adaptarse a este mundo difícilmente habitable para traer, como escribiera Paul B. Preciado, un trozo de horizonte. 

Una cuerda como la que encontramos en Un huir sin término puede sugerir tormento. Transmite la urgencia por huir, pero también la fortaleza necesaria para ascender. Los eslabones evocan cautiverio; pero, al entrechocar, la cerámica de la que están hechos emite un tintineo reconfortante. Es, ante todo, un material frágil, pero la fragilidad es una cualidad ambigua: se necesita una enorme resiliencia para atreverse a exponer la propia vulnerabilidad. Progresar, resistir, sanar es como habitar: no se puede hacer más que en colectividad. Esta obra está compuesta de encuentros, tránsitos, traducciones e intercambios. Testimonia que se ha habitado un lugar y que se ha habitado con otras personas. Se trata de un proyecto en desarrollo, no finito, puesto que se nutre de una continua transformación. Evoluciona a medida que la autora se desplaza, germina cuando se asienta, es sensible al contacto con los demás y está siempre dispuesto a reanudar la marcha. Esta experiencia poliédrica deja entrever formas de vida alternativas; una existencia nómada en la que nuestras raíces no nos abandonan, pero tampoco nos limitan. Avanzan con nosotros, permitiéndonos habitar el lugar en el que nos encontramos, posibilitando nuevas hibridaciones. En definitiva, Un huir sin término nos exhorta a construir mundos que superen unos ritmos incompatibles con el habitar.

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